No creo en eso del amor a primera vista.
Me parece una invención del cine para justificar impulsos, una forma bonita de decorar el azar.
A todos nos gusta creernos protagonistas de historias que alguien más ya escribió: donde hay un cruce de miradas, un silencio con música de fondo, y un “lo supe desde que te vi”.
Yo no.
Yo no lo supe desde que lo vi.
Pero algo en mí quiso saberlo.
Ese día pensaba en todo menos en el amor.
Tenía la cabeza llena de pendientes, preocupaciones, pensamientos apretados como una lista sin tachar.
Y entonces, sin pedir permiso, lo vi.
Y no fue magia, no hubo fuegos artificiales.
Pero sí hubo un gesto dentro de mí, como cuando una hoja cae de un árbol sin que nadie la vea, pero igual se siente el viento.
Fue curiosidad.
Curiosidad como quien ve algo por primera vez, pero tiene la sospecha de que ya lo soñó.
No fue amor.
Fue algo más pequeño.
Fue algo que me hizo apartar la mirada, como si mirar más fuera peligroso.
Pero me quedé con eso.
Con esa sensación muda de que algo había pasado.
Y después lo escuché hablar.
Y ahí sí, ahí sentí algo en el pecho moverse.
No sé si era el corazón o la atención, pero se me acomodó diferente el mundo.
Me enamoré de su voz.
Y no de una forma exagerada, no como si su voz me hablara a mí, ni como si me estuviera diciendo algo profundo.
Solo... quería seguir escuchándola.
Aunque leyera el instructivo de una licuadora, yo lo escucharía.
Era su forma de decir las cosas. Era él sin saber que estaba siendo.
Y me encantó.
Y aún así, seguí con mis pendientes.
Porque la vida no se detiene ni por un flechazo.
Pero la curiosidad no se fue.
Creció.
¿Quién era él? ¿Por qué me generaba eso?
Empecé a hacerme preguntas que nunca antes me había hecho por alguien desconocido.
Pensaba si lo había visto antes, si teníamos amigos en común, si alguna vez habíamos cruzado camino sin darnos cuenta.
Quería hablarle.
Pero mi timidez siempre ha sido más fuerte que mis intenciones.
Así que no dije nada.
Pero no fue solo ese día.
Pasaron más días.
Y con ellos, pasaron más detalles que ahora no se me olvidan.
Un día se sentó detrás de mí, y susurró algo.
Y era como si el universo entero me dijera “prestá atención”, pero yo solo podía sonreír en silencio.
Era como tener una película de fondo que no entendés, pero igual te emociona.
Después coincidimos en un grupo de amigos.
Y aunque estábamos en los mismos lugares, nuestras palabras no se cruzaban.
Él no sabía que yo lo observaba de reojo, que memorizaba la forma en que se reía, que deseaba un "hola" suyo como quien espera una señal del cielo.
¿Ya estaba enamorada?
No.
No podía estarlo.
¿Pero entonces qué era eso?
Esa sensación persistente de querer que me notara.
No era amor, pero era el anticipo.
Yo intentaba hablarle.
A veces solo en mi cabeza.
Otras, lo intentaba de verdad, pero de forma tan sutil que era como si no lo hiciera.
Una vez creí que con solo mirarlo, él iba a entender que quería hablarle.
Pero yo era una desconocida para él.
Una silueta más en una sala llena de nombres que no se memorizan.
Y sin embargo, ahí estaba yo.
Esperando que algo cambiara.
Pasaron los meses.
Ya no era solo curiosidad.
Ya sabía quién era, cómo hablaba, qué cosas decía.
Pero entonces me confundí.
Si ya no me generaba misterio, ¿por qué seguía queriendo estar cerca?
Me dije: “tal vez solo querés que sea tu amigo.”
Pero no.
Nunca lo sentí como un amigo.
Lo que yo sentía era otra cosa.
Una energía distinta.
Como si su existencia se hubiera alineado con la mía antes de que supiéramos que nos cruzaríamos.
Y entonces, un día, una conversación cortita nos abrió una ventana.
Y me metí.
Sin permiso.
Sin garantías.
Sin saber si él iba a querer que me quedara.
Le hablé de todo.
Le conté cosas como quien lanza piedritas al agua esperando que una salte.
Y la suerte, por una vez, estuvo de mi lado.
No fue rápido.
No fue perfecto.
Pero fue.
Nos fuimos conociendo.
Y en cada detalle que descubría, entendía que lo que sentía desde aquel primer día no era una locura.
Era una semilla.
Ahora sí sé lo que siento.
Ahora sí puedo decir que me enamoré.
Pero lo curioso es que, aunque no fue amor a primera vista, algo en mí, ese día, me lo quiso avisar.
Él no tuvo esa misma curiosidad repentina.
Él no me vio y pensó que debía conocerme.
Pero con el tiempo, al igual que yo, notó eso que no se explica pero que se siente.
Eso que no se dice, pero que te elige.
Y no sé si somos almas gemelas.
No sé si somos el típico “destinados a estar juntos”.
Pero somos dos piezas que encajan.
Y las piezas que encajan pueden separarse, pero siempre saben cómo volver.
Así que no, no tuve un amor de película.
No fue un relámpago.
No fue un beso en cámara lenta.
Fue algo más real.
Fue ese amor que empieza sin avisar,
que no se llama amor todavía,
pero que ya está.
Ese amor que no se recuerda como una escena,
sino como una vibración.
Como una certeza tranquila.
Como un “te vi, y aunque no lo sabía... algo me dijo que serías tú”.
Esa forma de narrar lo que no era (pero quería ser) me tocó por dentro.
La curiosidad, el gesto leve, esa semilla sin nombre que empieza a crecer…
Me vi ahí.
En el silencio que sonríe.
En el deseo que se asoma antes de atreverse.
Gracias por escribir con esa verdad tranquila que se queda.
Abrazo grande.
Wow de verdad me tocó, porq lit me pasó algo muy parecidoooo💗